Panoramic view of the inner city of Munich at sunset with the Müllersches Volksbad in front and the towers of the Alter Peter, Heilig-Geist-Kirche and Frauenkirche in the background.

Amor al barrio: Altstadt

El centro en la ciudad

Casi ninguna otra ciudad importante está tan enfocada en su centro como Múnich, ya que, a diferencia de muchos otros centros urbanos, la vida de la ciudad se desarrolla realmente en plena Altstadt (casco antiguo) de Múnich.

¿Hay algo más bonito? No, seguro que no. ¿Por qué entonces lo hacen tantos lugareños, suponiendo que saben muy bien lo que es agradable y placentero? Al fin y al cabo, viven en una ciudad muy confortable para vivir, algunos incluso dicen que es la ciudad más maravillosa del mundo. No pueden estar equivocados. ¿Hay algo más bonito que sentarse un sábado por la tarde en el Viktualienmarkt mientras el sol de mayo se refleja en el metal reluciente que cubre los puestos? Nada. El movimiento del mercado bulle a tu alrededor. La gente compra verduras, frutas, queso, champiñones, especias, flores, carne curada, productos en vinagre y fermentados. Junto a ti una jarra de cerveza del Biergarten que hay enfrente, le das un sorbo una y otra vez mientras observas a la gente que hay a tu alrededor.

Para cenar hay patatas con salsa verde del Caspar Plautz o un Ochsenfetzensemmel (rollo de buey desmenuzado) del Kleiner Ochsʼnbrater o un falafel del Sababa o una tarta de queso del Lea Zapf. El sol primaveral calienta suavemente la piel y el metal, sus rayos rompen en las ramas y en las hojas de los castaños del Biergarten. Maravilloso. Y mientras te llevas la bebida de color amarillo dorado a la boca, de repente pasa un amigo al que no has visto en mucho tiempo. Dos besos y gran alegría. Un poco más tarde, un amigo en común se pasea en búsqueda de alguna especialidad que solo se encuentra en esta zona. ¡Hombre!, ¿cómo estamos? Besos por aquí, besos por allá. El grupo crece. Las cabezas se aligeran cada vez más. Las conversaciones fluyen en cascada.

Y mientras te llevas la bebida de color amarillo dorado a la boca, de repente pasa un amigo al que no has visto en mucho tiempo. El grupo crece. Las cabezas se aligeran cada vez más. Las conversaciones fluyen en cascada.

Un encuentro de estas características los sábados en el mercado no es casualidad, sino algo normal. Porque a los lugareños les gusta dejarse ver por el centro de su ciudad los fines de semana y, a veces, entre semana. Dicen: «Me voy a la ciudad». Lo que resulta paradójico ya que viven en la misma ciudad. Pero la Altstadt, donde se encuentra el Viktualienmarkt, es algo así como la ciudad dentro de la ciudad. Al igual que lo que ocurre con la City de Londres. Aunque el centro histórico de Londres está invadido por un estéril vacío posapocalíptico los fines de semana, ya que todos los banqueros están en casa. Y, además, ¿suelen encontrarse por causalidad los neoyorquinos en Times Square o los parisinos en el Louvre? Estos lugares han pasado a manos de quienes los visitan.

En Múnich es diferente. El centro atrae a los lugareños como por arte de magia, aunque siempre se quejan del comercio, de lo altos que están los precios o de las aglomeraciones. Y, sin embargo, hacen cola obedientemente en Dallmayr para comprar cangrejos de río, el mejor pescado o chocolates. A todo el mundo le gusta comprar delicias aquí. Los hombres que necesitan un nuevo traje de negocios o que son invitados a un evento especial se dejan aconsejar en Hirmer. Con solo echar un vistazo ya saben lo que necesita el cliente. O en Kustermann, donde puedes encontrar cualquier cosa imaginable para la cocina. Claro que también se puede comprar por Internet y pedir que te lo envíen, pero, ¿acaso no se disfruta más paseando cómodamente entre los productos de una tienda tradicional? Claro que sí. Así que, tomas el camino que va por el centro. Es un placer comprar allí.

Es un comportamiento que lleva grabado en la cultura urbana desde hace siglos. Porque ya en la Edad Media los ciudadanos de Múnich compraban en el centro. Por aquel entonces, el Viktualienmarkt todavía se encontraba en el actual Marienplatz, que se llamaba Schrannenplatz y en donde se comerciaba el grano extensamente. Aunque también se vendía vino, pescado, carne y todas las demás necesidades diarias. Aunque, al parecer, el Schrannenplatz no debía ser un lugar muy agradable. Más bien salvaje, ruidoso, estrecho y maloliente. Había mercaderas gritando por todos lados, eran rudas y los restos de los animales sacrificados corrían por alcantarillas abiertas. ¿Eso era el buen vivir? ¡Seguro que no! Y puesto que Múnich siguió creciendo durante los siguientes siglos, llegó un momento en el que el Schrannenplatz se vio desbordado por la cantidad de gente.

El centro atrae a los lugareños como por arte de magia, aunque siempre se quejan del comercio, de lo altos que están los precios o de las aglomeraciones.

De manera que a principios del siglo XIX el rey Maximiliano I de Baviera mandó trasladar la plaza al patio del Heilig-Geist-Spital. Una elección espinosa, ya que representaba un paso más en la incorporación por parte del Estado de los bienes eclesiásticos como parte del avance de la secularización. El hospital, en el que una orden religiosa atendía a niños abandonados, madres solteras y enfermos mentales, fue demolido gradualmente hasta que solo quedó la Heilig-Geist-Kirche (Iglesia del Espíritu Santo), alrededor de la cual se fue expandiendo a partir de 1890 el Viktualienmarkt hasta alcanzar su tamaño actual. Unos años antes, en 1854, el Schrannenplatz ya se había convertido en Marienplatz, mientras que la construcción del actual ayuntamiento llevaba en marcha desde 1867: en estilo neogótico, que por aquel entonces ya se consideraba anticuado, sin embargo, las autoridades municipales y el arquitecto Georg von Hauberrisser impulsaron con ahínco el proyecto.

Video: Amor al barrio Altstadt

Después de tres fases de construcción a lo largo de casi cuarenta años y tras unos costes desorbitados, en 1905 el coloso alcanzaba sus dimensiones actuales, con un precioso carillón y un diseño general que han sido siempre objeto de burla entre los lugareños, pero que, sin embargo, son amados por los ciudadanos por encima de todo.

Entre Marienplatz, Dom (catedral) e Isartor hay algunos lugares que ni los ciudadanos más longevos quieren perderse. Quien busca fragancias, pomadas y jabones puede ir a Ludwig Beck, para emborracharse rápidamente una buena opción es la taberna Stehausschank del Bratwurst Glöckl y donde sirven Augustiner directamente del barril, cuando quiera algo de cerdo o ternera, entonces siéntase en la taberna del Weißen Bräuhaus. Ah, y en Grano, cerca del Jakobsplatz, sirven la mejor pizza directamente del horno a sus mesas decoradas en blanco y rojo, mientras que en Radspieler venden unas telas magníficas. La lista de lugares que nunca deberían desaparecer es larga. Forman algo así como el alma de esta ciudad. Y mientras estén allí, la gente de Múnich saldrá de la ciudad para entrar en la ciudad.

 

Text: Nansen & Piccard; Fotos: Redline Enterprises, Jörg Lutz, Sigi Müller, Frank Stolle, Luis Gervasi, Sven Kolb, Alois Dallmayr K.G.